14 de noviembre de 2005

Apropiaciones indebidas

El viernes pasado, 11 de noviembre, empezamos el padecimiento de los seminarios bibliográficos de nuestro curso de Bioética. Uno de los trabajos que se presentaron, hacia el final de las larguísimas tres horas y media de escuchar gente, habló del asunto de la criopreservación de embriones humanos, sus implicancias éticas y varias otras cosas relativas al tema. Una de esas "otras cosas" decía relación con la posición de la Iglesia Católica frente a esta problemática.

En una de las diapositivas que ilustraban este asunto, aparecieron dos citas derivadas de una exposición del Papa Juan Pablo II en un congreso, organizado por el Vaticano, para la discusión de la encíclica Evangelium Vitae y una serie de temas afines a ella. Me llamó poderosamente la atención una de esas citas, referida a la visión ética de la Iglesia respecto a la producción de embriones humanos por métodos industriales, de la que extractaré lo siguiente:

[la regulación ética de la actividad científica] «es una conquista de la civilización del Derecho».

No parece haber nada nuevo, ni tremendo, en estas palabras. Sin embargo, hay que hacer notar una cosa: en el año 380 d.C., Teodosio, Emperador de Roma, declaró al cristianismo la religión oficial del Imperio.

Hay fundamento suficiente como para asegurar que las bases fundamentales del Derecho, como lo conocemos hoy en la civilización occidental, tuvo su origen en los códices de la Lex romana, algún tiempo antes que Jesucristo hiciera su aparición en el mundo en su famoso establo, rodeado de animales y algo de bosta. Pero para efectos de este análisis, el nacimiento de Jesús no es más que un dato referencial desde el punto de vista histórico: lo importante es, de hecho, que el Derecho, en tanto disciplina que tiene por objeto generar un acuerdo social en torno a la dinámica de interacciones que se presentan en la sociedad, o bien, imponerlo según criterios de bien común (u otros bienes de corte más individual, en ciertos casos ilustres de la historia).

Volvamos a Teodosio. En el siglo IV d.C., este hombre de buen corazón hizo al Cristianismo la religión oficial de lo que quedaba del Imperio Romano. La fe cristiana había sido intensamente perseguida por el Imperio en tiempos de Jesús y sus apóstoles, y en ese sentido la proscripción y la clandestinidad se habían convertido en elementos identitarios de quienes profesaban el Pater Nostrum. Ya en tiempos de Constantino, empero, se manifestaba cierta inclinación a la tolerancia. Sin embargo, la adopción oficial del credo cristiano en el Imperio consolidó la institucionalización del Cristianismo como Iglesia con pretensiones de universalidad. Recordemos que le había sido encomendado a Pedro llevar la fe a Roma, y en el intento, el apóstol terminó crucificado cabeza abajo. La conjunción de estos factores, entonces, nos llevan al punto en la historia en que el Cristianismo-Iglesia adquiere mayor relevancia que la propia fe. La Iglesia asume, por mandato divino (del que no hay registro documental alguno), el protectorado de Europa –germen de la sociedad occidental moderna–, y en este sentido, también asume el control político y económico de la región. Dado el devenir histórico de la componente sociocultural europea, es evidente que, dada la influencia romana en los distintos pueblos que fueron conquistados por el Imperio, y considerando la influencia de la Iglesia y su insistente ánimo evangelizador con casa central en Roma, el origen de las estructuras sociales se encuentra impregnado de estos elementos, y por ende, la mecánica que moviliza los engranajes sociales, culturales, políticos y económicos de la Europa medieval y post-medieval también lo están.

No he dicho nada nuevo hasta ahora. Sin embargo, los antecedentes que he expuesto –muy vagamente– son la base de una hipótesis que no cuesta demasiado comprobar: la Iglesia, en su calidad de institución transversal al origen de la sociedad europea, ha tendido, en el tiempo, a adueñarse de la historia de occidente, totalizándola e en sí misma, de un modo autorreferente y egocéntrico. Los primeros atisbos de esto son identificables en las atrocidades cometidas en los monasterios medievales, lugares en los que se quemó sistemáticamente la obra de los grandes pensadores griegos y los textos científicos de la tradición árabe. No es poca cosa saber que la humanidad, actualmente, conoce menos de la mitad de la obra de Aristóteles por efectos de esta política eclesiástica. Si bien es cierto que todo es contextualizable desde el punto de vista histórico-cultural, es un hecho cierto que la Iglesia ha ejercido sistemáticamente el oscurantismo en la medida que la tecnología (o carencia de tecnología) se lo ha permitido.

Mención aparte merecen la propia época oscurantista y la actividad de la Santa Inquisición, especialmente considerando que no se limitó sólo a quemar brujas y científicos herejes durante el despertar del Renacimiento, es decir, cuando en Europa la gente empezó a pensar sin la ayuda divina de Dios. De hecho, existen registros que marcan el deceso del Tribunal a mediados del siglo XIX (!). En este sentido, la transgresión de los principios de la fe oficial se pagó caro, y obligó a que gente como Galileo fuese convencida de retractarse de sus revolucionarias observaciones, en las que demostraba que la Tierra no era el centro del universo, y que la cosa era más parecida a lo que describía Copérnico (cosa que también sería descartada tiempo después, pero era, a fin de cuentas, más verdad que la verdad eclesiástica). Tal afirmación, de un modo u otro, habría implicado que la Iglesia tampoco era el centro del universo, de manera que, en la perspectiva de los altos jerarcas vaticanos, Dios no sería más que un estafador de primera línea. El poder, entonces, era más importante (y lo sigue siendo).
El caso es que el sentido de apropiación histórica de la Iglesia Católica persiste, aún en nuestros agitados días de enfrentamiento entre barbarie y civilización. (En cualquier caso, creo que Dios no tiene responsabilidades que asumir en este cuento: dejémoslo fuera de la discusión, que ya harto trabajo tiene a cuestas). Que Juan Pablo II haya señalado que los códigos éticos que regulan la actividad científica son una «conquista de la civilización del derecho» me suena equivalente a que si hubiese dicho que tales códigos son una conquista del pensamiento occidental cuyo principio último se encuentra en la fe cristiana, entendiéndose entonces que la propia Iglesia habría de convertirse en madre universal de la ética y, también, del Derecho, lo que acaso es peor en la medida que la Iglesia ha intentado sostener un discurso ético a lo largo de su historia, proveniente de la propia fe en las enseñanzas de Jesucristo. Respecto al Derecho en tanto corpus de normas regulatorias para efectos del funcionamiento normal de la sociedad, en la historia del cristianismo no hay elemento alguno que siquiera semeje en proporción y magnitud lo alcanzado por la civilización romana, que a la sazón de los años no practicaba una fe inexistente, y que además, cuando ésta existió en efecto, persiguió y proscribió sistemáticamente.
Ante todo esto, lo único que puedo reclamar es que la propiedad de la historia no es exclusiva de ninguna institución. Por muy relevante que ésta haya sido, en efecto, en el transcurso del tiempo. Es evidente que a fin de cuentas los procesos históricos se componen de hechos objetivos, pero nuestra imposibilidad de hacer que el mapa y el territorio (en la concepción de Bateson y Watzlawick, teóricos de la comunicación) sean una unidad nos obliga a interpretar la realidad. Para esto disponemos de algunos elementos —como la razón y los sentidos—, pero es nuestra capacidad de creer o no creer (es decir, la fe) la que determinará en buena medida qué mapa elegiremos para interpretar el territorio que se nos presenta. La fe cristiana-católica ofrece un mapa bastante definido de lo que es la realidad y su componente histórica, mapa que a su vez es también interpretable desde una perspectiva algo más poética. En este sentido, me parece que ningún mapa —ni siquiera el suyo propio— muestra que la Iglesia (y no la fe católica) es el origen del Derecho en la forma en que lo he descrito, aunque sí es discutible que la forma actual de los códigos jurídicos occidentales han sido influenciados en su construcción y aplicación por la doctrina eclesial, particularmente en aquellos países en que la separación entre la Iglesia y el Estado no es del todo clara ni completa.
Un dato más, para terminar: Newton recibió su manzanazo en la cabeza en 1665. Este hecho, que determinó el desarrollo de las Leyes de la Gravitación Universal, ocurrió en Ínglaterra, país europeo en el que la influencia de la Iglesia ya no se podía considerar relevante para efectos de la estructuración social. Lutero había publicado sus 95 proposiciones de Reforma a la Iglesia en octubre de 1517, y luego de los dimes y diretes entre Roma y el monje alemán, que tuvieron su punto cúlmine en el Concilio de Trento de 1532, Lutero inició el movimiento protestante a la Iglesia de Roma. El protestantismo se extendió desde Alemania hacia los países sajones, y adoptó tempranamente la forma anglicana en Inglaterra. Bajo la óptica protestante, no había forma de que la Iglesia coartase el pensamiento científico y filosófico. Es probable que sea esta la razón por la que, a la postre, Inglaterra terminó barriendo con la hegemonía española en Europa, convirtiéndose así en la cuna de la Revolución Industrial y en la madre histórica del capitalismo, potencia global que a principios del siglo XX heredó a los Estados Unidos el carácter de dominatriz del planeta y su economía. Algo similar ocurrió en lo que actualmente es Alemania, regiones en las que el desarrollo de la filosofía y las artes alcanzaron máximos históricos, sin perjuicio de lo que devino a partir de la reunificación de fines del siglo XIX. Con todo lo que ambas cosas significan en nuestros días.

8 comentarios:

Tomás dijo...

Ajá, ajá... La iglesia, de hecho, se ha autoconsiderado casa de verdad, de ética universal y única... Lugar de lo correcto e innegable... Y en ese juego de pretensiones se ha equivocado tremendamente.

Pero la verdad sigue siendo verdad, y las verdades innegables e intrínsecas (naturales) siguen primando en el sentido común, y jamás dejará de ser así... dicha conquista de la civilización del Derecho apunta al sustento que tiene el planteamiento de la iglesia en verdades naturales, HUMANAS... No es un capricho...

Quizás no domino... Pero no estoy para quedarme en silencio en estos días...
Abrazo...ø

Tomás dijo...

Acá esperaré tus palabras (contra-palabras).

Me fue bien. Ya contaré (qué horror hacer público esto... jajaja)...

Un abrazo...ø

patricio mujica dijo...

Bien. Dije que iba a aclarar algunas cosas:

· En primer lugar, no dudo que, como dice mi amigo Kreutzer, el fundamento del discurso ético y valórico de la Iglesia deriva directamente de la Ley Natural. De hecho, se entiende de ella que es una especie de reglamento general que es superior a cualquier otro artificio "jurídico", en tanto es dictada por Dios, quien dedicó algunas horas de su tiempo a determinar cómo tenía que funcionar el mundo. En el fondo, la Ley Natural es un arreglo de las normas que el sentido común dictó, en algún momento de la historia, en términos de definir la relación que el hombre debía tener con la naturaleza y con su propia especie. Sin embargo, ésto sólo pudo darse en el momento en que el hombre se reconoció a sí mismo como una especie dotada de la capacidad de razonar, la que es directa consecuencia de la estructuración de su sistema nervioso (y, por ende, de la evolución del mismo), desde lo puramente biológico, y de la gracia de Dios que lo creó con las facultades necesarias para asumir el control de todas las demás especies consideradas "inferiores", poder que le es entregado por el propio Dios antes que cayera en desgracia y tentación.

· La verdad, empero, ya no es tan verdad. Afirmo esto categóricamente en la medida que, la estructura social contemporánea es hija de un tiempo que ha intentado trascender lo puramente impuesto, y que ha buscado una otra verdad, quizás más "verdadera", en actividades como la ciencia -cuyo desarrollo ha echado por tierra algunos dogmatismos de primera línea- y la filosofía más pragmática. Me quedo corto de ejemplos, pues tampoco doy abasto para tantas cosas, pero lo que me interesa dejar en claro es que la permeabilidad humana a los cambios sociales, históricos, culturales, etc., y especialmente aquellos acaecidos durante este último siglo, a través de la carencia de elementos críticos y la falta de reflexión, han impulsado un proceso de corrosión del pensamiento humano que, a su vez, ha multiplicado las verdades existentes hasta un punto en que la verdad individual se instituye como un elemento generador de discurso más poderoso que la verdad única y común, aunque las más de las veces el discurso generado sea pobre y carezca de fundamentos. Eso es, en gran medida, el corazón de la posmodernidad, especialmente en el caso de las sociedades latinoamericanas que aún no consiguen romper plenamente el esquema de centro-periferia establecido con el hemisferio norte desde los tiempos de la conquista.
Lo anterior no implica, bajo ningún punto de vista, que la Gran Verdad -por llamarla de alguna manera- no exista. Pero a estas alturas, el mero proyecto de generar una visión de conjunto a través de acuerdos generalizados es utópico. Creo que, como muchas otras cosas, aquella Verdad Única pertenece a una dimensión de la existencia que el ser humano, por ahora, no puede alcanzar. Por lo mismo, quizás, se convierte en una institución más relacionada con la fe que con el conocimiento.

· Dicho lo anterior respecto al asunto de la famosa "conquista de la civilización del Derecho", el gran texto que convoca esta discusión apuntaba más a lo primero que dijiste, Tomás: el hecho que la Iglesia ha hecho ver a la sociedad que ella es depositaria universal de la Historia (así con mayúsculas), y por ende, de los principios éticos y valóricos fundamentales. Pero quiero hacer notar que hablé de Iglesia, y no de Religión, porque me parece totalmente legítimo que esta última se instituya a sí misma como un sistema absoluto de creencias y valores, que se ofrece a la humanidad en la posibilidad de aceptar o rechazar. Lo que me parece objetable es que la Iglesia, en tanto institución humana, y por lo tanto, falible, se apropie de elementos culturales que han marcado el devenir de la historia de la sociedad occidental cuando no ha sido ella la que los ha generado (o induzca a tal percepción), como es el caso del Derecho, que cité a modo de ejemplo, y sólo porque fue el punto que me sugirió la reflexión que escribí. En el fondo, lo que quiero decir es que la Iglesia, en su rol de institución administradora de la fe, ha cometido errores garrafales, intentando igualarse a la propia Religión que le proporciona sustento, e invocando el nombre de su Dios para, literalemnte, igualarlo a las autoridades que ostentan el poder en sus estructuras políticas internas.

¿Algo más?

¡Saludos!
P.

Tomás dijo...

La Iglesia, en verdad, pretende "igualarse a la propia Religión que le proporciona sustento"... pero no es acaso lo que Debe hacer?... más allá de los errores, más allá de que No logre el objetivo, es el camino que debe asumir si quiere ser consecuente con sus propios Dogmas... Es como la gente que se molesta porque la Iglesia opina sobre algunos temas. ¿No es acaso su misión, como institución (punto aparte es si estamos de acuerdo con su labor, con sus principios, con la razón de su fe, con Dios...) hacerse presente en la sociedad, e intentar guiarla?, claro, no puede interferir más que con su opinión, que es, a pesar de muchos, muy relevante en la sociedad, especialmente en una sociedad tan conservadora en lo religioso como la Latinoamericana.

Insisto, más allá de que estemos de acuerdo o no con que la Iglesia Católica se adjudique estas atribuciones morales, es lo que debe hacer como consecuencia de sus propios principios.

El problema resulta, claro, cuando "interfiere"... al momento de considerar tal la nobleza y la corrección de sus planteamientos que comienza a imponerlos para guiar al mundo (Inquisición) se cometen barbaridades que no podemos comprender. En eso no discuto.

El problema es el "hacer", no el "poseer/pensar/plantear/opinar". Eso es terreno personal de la institución, y así también lo es que tú opines respecto a sus ideas. Pero no puedes cuestionar la validez de sus intenciones si es que representan la coherencia interna de la institución. No tiene nada de malo que pretendan lo que pretendan.

Me entiende?...
Saludo...ø

Tomás dijo...

* Que pretendan lo que pretenden...

patricio mujica dijo...

Entiendo lo que quieres decir, indudablemente. La Iglesia no puede abstenerse de opinar ni de "interferir" en los temas que conciernen a la sociedad (cualesquiera que sean), y es aún más evidente que, con base en su propio discurso, tiene la obligación moral de hacer valer su punto de vista en un ambiente de diálogo con la sociedad toda. No pretendo discutir eso.

Tampoco está en discusión el hecho que las instituciones, en tanto adquieren poder en las estructuras de la sociedad, se "auto-divinizan". Ya hemos visto lo que ocurrió con la Inquisición, como bien lo dices, pero también hemos visto lo que ocurrió en Alemania con el III Reich, en la Francia pre-revolucionaria ("El Estado soy yo", como alguien tiende a repetir por allí), y ahora en Estados Unidos, especialmente a partir del 11-S, por obra y gracia del señor G. W. Bush y su gobierno. Es decir, este tipo de comportamiento puede, también, tener consecuencias que trascienden lo puramente nacional.

Insisto: no es mi intención cuestionar el rol de la Iglesia en tanto entidad que posee un discurso filosófico, ético, moral, social, etc. Es sabido que ese discurso proviene de la fe y sus interpretaciones. Pero el punto es otro: la fe católica posee una estructura tal que tiene la pretensión de provenir y auto-definirse exclusivamente en función de las Escrituras, que son depositarias de la Palabra de Dios. El discurso de la Iglesia Católica debe ser el discurso de Dios, el discurso de la fe. Y la tarea de evangelización consiste precisamente en llevar el discurso de Dios a aquellos que no lo conocen, e invitarlos a participar de esta fe nueva (y no imponerla). Para el caso específico que abordé en el texto, el punto esencial es que la civilización romana de la antigüedad no desarrolló el Derecho "con la ayuda de Dios", del Dios cristiano, sino que fue una solución racional a una necesidad social observada, en el contexto de la sociedad romana (sabemos que la concepción social de la justicia es variable en el tiempo, dado que la cultura es una variable espacio-temporal). Ahora bien, la crítica que he hecho apunta, precisamente, al "hacer", pues el discurso por sí solo no es capaz de cambiar ninguna cosa. Ahí tenemos un punto en común. Este "hacer" no proviene de la Religión, sino de la Iglesia que la interpreta. En este sentido, la interpretación de la fe puede sesgarse según el interés contextual; lo que quiero decir con esto es que, dada una circunstancia sociocultural e histórica específica, es decir, un contexto, pueden haber elementos que induzcan la interpretación de la fe (y su historia) en una determinada dirección con el objeto de obtener un beneficio que puede ser político, económico, etc. La Santa Indulgencia es una confirmación de esto (además de ser el origen del enorme poder económico del Vaticano). A lo largo de la historia, la Iglesia, fuera de ser una institución religiosa, ha sido, positivamente (en el sentido de "intencionalmente"), un actor político. Se ha comportado como tal, y ha ostentado el poder y la hegemonía. El aspecto que he intentado criticar -verbigracia el caso que dio cuerpo al texto- es la tendencia que la Iglesia (y más específicamente, sus cúpulas: quizás debí precisarlo) ha mostrado hacia la apropiación de elementos que no le pertenecen en su origen. Esto no quiere decir que lo estrictamente jurídico tenga que separarse de lo religioso: un código legal tiene por objetivo ser representativo e interpretativo de la sociedad que lo genera y a la que sirve, y si tal sociedad expresa fuertemente una componente religiosa, es impensable que una reglamentación jurídica no recoja en su estructura tal componente. Pero si vemos que en el tiempo la Iglesia -exclusivamente desde el punto de vista de su estructura como organización- ha tendido sistemáticamente a coartar otras expresiones (legales, religiosas, económicas, políticas) igualmente legítimas, y sólo por sostenerse en un plano hegemónico de cara a la sociedad, apropiándose así (en el discurso) de la esencia de elementos que no tienen su origen en ella, y que por lo tanto no puede capitalizar como "territorio descubierto" (es decir, hacer de tal discurso una "conquista" y no un "descubrimiento"), resulta, al menos, digno de discusión y debate esto que puede parecer dudoso: cómo es que se vuelve "necesario", bajo la óptica institucional, hacer ver que los hechos objetivos de la historia tienen una única posibilidad de interpretación -la propia-, ya no en un afán de legitimar su propio discurso (que sería entendible y hasta correcto), sino en la persecución de un dividendo político.

Otro cuento es que la Iglesia siempre ha sido un partido político más. Pero eso no justificaría nada desde el punto de vista de la fe.

Puede que no esté explicándome bien y que con esto no haga otra cosa que confundir más, pero la discusión está interesante y sería bueno que otras gentes opinaran.

Un abrazo,
P.

Tomás dijo...

Qué habla bonito Ud.

Jaja!...

Genio, ídolo!... No puedo responder ya... me ha quedado claro y comparto. Limamos el asunto, y bien.

Un abrazo. (ojalá, claro, más gente se entrometiera acá...)

...ø

Tomás dijo...

Fe de erratas (muy atrasada):

1a línea.

Dice, "qué habla bonito usted"
debe decir, "que habla bonito usted"

...ø